¿QUIÉN TE HA DICHO QUE 2+2 SON CUATRO?
Hitler tenía razón, en realidad. Sólo que se equivocó en la puesta en práctica y en los objetivos. El 90% de la humanidad no sirve absolutamente para nada. Nacer, comer, cagar, joder, procrear y morir. Punto. Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Mierda. Pagar letras, reírse de chistes malos y ver películas de vídeo. Hablar de cine. Hablar de mujeres. Hablar de deportes. Hablar. Bla bla bla. Hablar. Dictar leyes. Democracia. Te damos por el culo y tú nos pagas. Utilice las vías legales. Le empapelamos de pólizas la boca y le damos un paseo. Democracia, dictocracia, falacia. Hay siete días en una semana y te vamos a joder cinco. También te vamos a joder las noches porque te vamos a dejar tan hecho polvo que de lo único que te vas a acordar antes de acostarte es de poner el despertador. Para los fines de semana hemos inventado cosas que se llaman familia, hipermercado, calamares fritos, pulpo a la gallega, calcetines limpios y sexo seguro, si te lo encuentras. Si no, es igual. El sexo es una falacia más, de todas formas. La sacrosanta institución del matrimonio la inventó Dios para resolver el problema de los cojones hinchados. Cuando se hinchan los cojones chungo. Hay problemas. El secreto está en que la gente tenga los cojones vacíos y el estómago lleno. Lo que no se previó fue qué se supone que tienen que hacer las mujeres, los mendigos y los eunucos. Eso tampoco lo he resuelto yo, de momento. Pero calma. Que en esta vida todo llega. Estamos a finales del segundo milenio de la era judeocristiana y seguimos en bolas. El logro último de la humanidad será llegar a neutralizarse de tal manera que se descomponga sin la ayuda del espacio exterior. Un paso hacia delante, tres hacia atrás. Luego el cierre. A chapar el chiringuito. Mientras tanto, bueno, ya lo sabéis: nacer, comer, cagar, joder, procrear y morir. Todo esto ha sido dicho muchas veces. Sólo que me apetecía volver a decirlo a mí.
Y que se joda, supongo, el que lo lea.
Y un plus, por lo de la contradictio y tal:
Saroyan me enseñó que hablar de uno mismo es hablar del universo: ¿Qué es lo que me interesa más? Todo, especialmente yo. Es decir, tú. Es decir, la gente. Es decir, el mundo. Es decir, el espacio; la energía; la materia; el orden; el desorden; la aventura; la religión; la música; las películas; los juegos de cánicas; todo. Y no sólo eso. También lo que yo llamo las "tres reglas de oro de Saroyan": 1) Quédate en casa para buscar tus temas; 2) Escucha tu escritura y asegúrate de que se lee y suena bien; 3) Sé breve. Eso lo escribió en el mes de diciembre de 1938. Más de medio siglo después, sigue vigente.
Y seguirá vigente mientras haya escritores que merezcan el nombre.
Es curioso que en los últimos años se haya puesto de modo lo que algunos han dado en llamar "minimalismo" (aunque en España, como es natural, se popularizó la versión prostituida del concepto, el mal definido y peor comprendido "realismo sucio"). La buena literatura siempre ha sido minimalista. Desde la Antología Palatina hasta el Romancero, desde Li Po hasta Raymond Carver, las tres reglas de oro se mantienen. Realismo, sobriedad, brevedad. El que desee entablar una discusión con dos mil setecientos años de historia que empiece cuando quiera. Yo seguiré adelante, haciendo las cosas como hay que hacerlas. Sólo hay una manera de hacer las cosas bien. Y es la única que me interesa.
Todos los monos del mundo, Roger Wolfe, (Renacimiento, Sevilla, 1995).
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